sábado, 8 de enero de 2011

Premios y castigos: Educando a los hijos







La disciplina es tan importante en el proceso educativo de nuestros   
hijos tanto como los besos, caricias, afecto y satisfacción de sus
necesidades físicas y emocionales. Incluso, la disciplina un poco
estricta es mejor que ninguna.


Toda conducta tiene un propósito o fin (aprobación, elogio, expresar un
estado físico o emocional….) y sobre todo, recibir ATENCIÓN (Un niño
prefiere antes un castigo o reprimenda que la indiferencia o la falta
de atención).


Conducta es aquello que puede ser observado objetivamente sin
interpretaciones subjetivas, de forma concreta (“ser cabezota o
cariñoso no es una conducta; es una forma de ser. Responder :”no me da
la gana” o dar un abrazo es una conducta).


Toda conducta o comportamiento depende de las consecuencias que le siguen. Estas consecuencias pueden ser positivas o negativas.


Las consecuencias positivas producen a largo plazo un aumento de dicha conducta; mayor probabilidad de que el niño la repita. Las consecuencias negativas tienden a disminuir o desaparecer a largo plazo dicha conducta.


Los padres podemos controlar las consecuencias de la conducta de
nuestros hijos, y por ello, podemos enseñar formas de comportamiento
positivas o negativas e influir en que se mantengan conductas
“inapropiadas” o que éstas tiendan a desaparecer. Esto hace referencia
a la frase del blog anterior “Quien sabe cómo y cuándo prestar atención
a su hijo, sabe educar”.


Muchas veces, sin darnos cuenta, los padres prestamos atención y
“premiamos” de algún modo las malas conductas y éstas se repiten para
nuestro asombro. Veamos un ejemplo: Juansale con mamá al super. Ve un puesto de helados y pide uno. Mamá dice que no, tiene prisa. Juan llora, se niega a andar. Mamá tira de él, le
dice que no, le da un azote. Juan llora más fuerte y mamá acaba
comprando el helado mientras le regaña enfadada. Tres días después,
Juan quiere chuches, mamá se las niega y se repite la misma escena,
pero la pataleta es mayor y dura más tiempo. Juan ha aprendido a
portarse mal porque ha obtenido una recompensa.


Entonces, ¿Son eficaces los premios.? ¿Cuándo y cómo emplearlos? Muchos
educadores y padres piensan que dar premios a un niño por hacer lo que
es su deber (hacer los deberes, lavarse los dientes, recoger juguetes o
su plato de la cena…), es una forma de malcriarlo, caer en el
chantaje… pero no es así. Los adultos también necesitamos premios en
el trabajo (felicitaciones del jefe por un proyecto, elogiar la
puntualidad…) por ejemplo y no la mera recompensa económica al final
de mes. Creo que es justo enseñar a un niño (o adolescente) que su esfuerzo es reconocido y recompensado.


Pero no es menos cierto que algunos niños chantajean a sus padres con
la amenaza de no hacer ciertas cosas si no obtienen algo a cambio.
¿Cuál es el punto medio, el equilibrio entre el premio y el castigo?


El “truco” reside en ajustar el premio al esfuerzo, no dar al niño lo que necesita y lo que no (zapatillas
de marca, parque de atracciones, películas o videojuegos…). El
sentido común reside en la justa medida. Recompensar el esfuerzo
(aunque sea un deber) y no únicamente, castigar cuando el niño no
cumple con sus responsabilidades o reaccionar de forma continua con
gritos o regañinas para conseguir una conducta. Es más, a veces
convertimos los castigos y los gritos en la única fuente de relación
con nuestros hijos, de manera que mantenemos con desesperación un mal
comportamiento, nos frustramos como padres, lastimamos la autoestima de
nuestros hijos y nos metemos en una espiral sin salida.


El castigo sirve y debe utilizarse para:


• Conductas negativas y poco frecuentes (pegar, agresiones verbales, hacer novillos…).


• Por incumplir una buena conducta ya lograda o establecida que ya no requiere esfuerzo mantener.


Además, tened en cuenta que es necesario:


• Premiar conductas que requieren esfuerzo. ¡Atención! Premio adaptado
al esfuerzo. Cuanto más pequeño es el niño, más inmediato debe ser el
premio.


• Al principio, los premios se deben conseguir con poco esfuerzo para
que el niño gane confianza y después, conseguir el mismo premio por
hacer algo más difícil.


• Cada conducta a lograr debe tener un premio independiente.


• En la medida de lo posible, usa un refuerzo social (besos, aplausos,
felicitaciones…) sobre el material. Nada es más gratificante para un
niño que la autosatisfacción personal y percibirse competente y
confiado en sí mismo.


• Suprime el premio material cuando una conducta ya esté lograda y quieras instaurar una nueva.


Recuerda que los límites educativos han de ser firmes, estables en
el tiempo (lo que vale hoy, vale mañana) e independientes de contexto
(cumplo esta norma en casa, en el cole y en el parque). Y cree siempre
que SABES Y PUEDES EDUCAR BIEN Y QUE TUS HIJOS PUEDEN LOGRAR LO QUE TE PROPONGAS.


Mónica Escalona

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