La educación no comienza en la escuela, ni cuando nace el pequeño, la educación comienza desde la misma fecundación, aquellos que fueron engendrados tras copiosos banqueteos y borracheras, son portadores de valores anímicos muy inferiores.
La procreación incontrolada de “criaturas –del instante– de embriaguez inconsciencia”, a menudo bajo el influjo depravado del alcohol, obra como una maldición en generaciones posteriores.
El ambiente de familia, la vida de la calle y la escuela, dan a la personalidad humana su tinte original característico infantil.
El niño aprende más con el ejemplo que con el precepto. La forma equivocada de vivir, el ejemplo absurdo, las costumbres degeneradas de los mayores, dan a la personalidad del niño este tinte peculiar escéptico y perverso de la época en que vivimos.
Son muchos los niños que por estos tiempos tienen que soportar llenos de dolor y resentimientos los látigos y palos del padrastro o de la madrastra. Es claro que en esa forma la personalidad del niño se desarrolla dentro del marco del dolor, del rencor y el odio.
Existe un dicho vulgar que dice: “El hijo ajeno huele feo en todos lados”. Naturalmente en esto también hay excepciones, pero estas se pueden contar con los dedos de las manos y sobran dedos.
Los altercados entre el padre y la madre por cuestión de celos, el llanto y lamentos de la madre afligida o del marido oprimido, arruinado y desesperado, dejan en la personalidad del niño una marca indeleble de profundo dolor y melancolía que jamás se olvida durante toda la vida.
En las casas elegantes las orgullosas señoras maltratan a sus criadas cuando éstas se van al salón de belleza o se pintan la cara. El orgullo de estas se siente mortalmente herido.
El niño que ve todas estas escenas de infamia se siente lastimado en lo más hondo, ya sea que se ponga de parte de su madre soberbia y orgullosa, o de parte de la infeliz criada vanidosa y humillada, el resultado para el niño suele ser catastrófico
Los niños levantados en el hogar ultramoderno donde la televisión es el punto central, sólo piensan en cañones, pistolas, ametralladoras de juguete para imitar y vivir a su modo todas las escenas dantescas del crimen tal como las han visto en la televisión.
Los niños levantados entre palos, látigos y gritos, se convierten en personas vulgares llenas de patanerías y faltas de todo sentido de respeto y veneración.
Cuando nutrimos al niño con música arrítmica, inarmónica, vulgar, con cuentos de ladrones y policías, escenas de vicio y prostitución, dramas de adulterio, pornografía, etc; tenemos como resultado los rebeldes sin causa, los asesinos prematuros.
Es indispensable saber que la dulzura y la severidad deben equilibrarse mutuamente, el padre representa la severidad, la madre representa la dulzura.
Los padres y madres de familia deben equilibrarse mutuamente para el bien de los hogares.
Es urgente, ese necesario que todos los padres y madres de familia comprendan la necesidad de sembrar en la mente infantil los valores eternos del espíritu.
La procreación incontrolada de “criaturas –del instante– de embriaguez inconsciencia”, a menudo bajo el influjo depravado del alcohol, obra como una maldición en generaciones posteriores.
El ambiente de familia, la vida de la calle y la escuela, dan a la personalidad humana su tinte original característico infantil.
El niño aprende más con el ejemplo que con el precepto. La forma equivocada de vivir, el ejemplo absurdo, las costumbres degeneradas de los mayores, dan a la personalidad del niño este tinte peculiar escéptico y perverso de la época en que vivimos.
Son muchos los niños que por estos tiempos tienen que soportar llenos de dolor y resentimientos los látigos y palos del padrastro o de la madrastra. Es claro que en esa forma la personalidad del niño se desarrolla dentro del marco del dolor, del rencor y el odio.
Existe un dicho vulgar que dice: “El hijo ajeno huele feo en todos lados”. Naturalmente en esto también hay excepciones, pero estas se pueden contar con los dedos de las manos y sobran dedos.
Los altercados entre el padre y la madre por cuestión de celos, el llanto y lamentos de la madre afligida o del marido oprimido, arruinado y desesperado, dejan en la personalidad del niño una marca indeleble de profundo dolor y melancolía que jamás se olvida durante toda la vida.
En las casas elegantes las orgullosas señoras maltratan a sus criadas cuando éstas se van al salón de belleza o se pintan la cara. El orgullo de estas se siente mortalmente herido.
El niño que ve todas estas escenas de infamia se siente lastimado en lo más hondo, ya sea que se ponga de parte de su madre soberbia y orgullosa, o de parte de la infeliz criada vanidosa y humillada, el resultado para el niño suele ser catastrófico
Los niños levantados en el hogar ultramoderno donde la televisión es el punto central, sólo piensan en cañones, pistolas, ametralladoras de juguete para imitar y vivir a su modo todas las escenas dantescas del crimen tal como las han visto en la televisión.
Los niños levantados entre palos, látigos y gritos, se convierten en personas vulgares llenas de patanerías y faltas de todo sentido de respeto y veneración.
Cuando nutrimos al niño con música arrítmica, inarmónica, vulgar, con cuentos de ladrones y policías, escenas de vicio y prostitución, dramas de adulterio, pornografía, etc; tenemos como resultado los rebeldes sin causa, los asesinos prematuros.
Es indispensable saber que la dulzura y la severidad deben equilibrarse mutuamente, el padre representa la severidad, la madre representa la dulzura.
Los padres y madres de familia deben equilibrarse mutuamente para el bien de los hogares.
Es urgente, ese necesario que todos los padres y madres de familia comprendan la necesidad de sembrar en la mente infantil los valores eternos del espíritu.
(tomado de Educacion fundamental)
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