sábado, 14 de noviembre de 2009

La educación se queda atrás



España, y en muchos lugares mas, un cero en buenos modales, no hay respeto ni cortesía:

Nadie se levantó de su asiento. Cuando el abuelo entró en el vagón del metro llevando en brazos un niño de pocos meses de edad, nadie hizo ademán de cederle el sitio. Había chicos y chicas jóvenes, pero también personas de mediana edad, que fijaban la vista en el libro que llevaban entre las manos, que escuchaban música mirando al techo o que se hacían los despistados. Finalmente, un hombre de unos 50 años, que portaba varias bolsas, les ofreció su asiento. Y lo hizo recriminando en voz alta la actitud de quienes viajaban con él. ¿Cómo era posible que, siendo de las personas de mayor edad que viajaba en el vagón y estando cargado con bolsas, hubiera tenido que ser él quien se levantase? ¿Por qué nadie más tuvo la educación de hacerlo?



Se trata de una anécdota real que se repite con cierta frecuencia en nuestra sociedad, donde los comportamientos corteses y la atención para con los demás no son ya la regla sino la excepción. El sociólogo Javier Elzo entiende que se trata de un tema recurrente que se manifiesta en las más diversas situaciones. Una de las más frecuentes es la del uso del «tú»: “hemos llegado a un mal tuteo: no se trata del tuteo sueco, sino de una falta de respeto a los mayores. Y eso se nota especialmente con los profesores de primaria y de secundaria, a los que los alumnos tratan como si fueran un amiguete más”.

Vivimos, pues, ante una pérdida de los códigos de respeto intergeneracionales que Aquilino Polaino, catedrático de psicopatología del CEU, vincula muy directamente con una sociedad cada vez más individualista en la que “el compromiso entre personas es moneda de poca circulación, la palabra empeñada sirve de muy poco, hay una tendencia al hedonismo generalizada y donde se reclaman los derechos y se olvidan los deberes”.

Elzo abunda en ese sentido al señalar cómo ese individualismo exacerbado ha fragilizado enormemente los lazos sociales. Y sin ellos, estas actitudes que desprecian las normas de educación acaban generalizándose. Elzo entiende que la primera responsabilidad, en este sentido, es de los medios de comunicación. “Cuando uno ve los programas que ocupan gran parte del horario televisivo, como son los de corazón, y se da cuenta lo de horteras y ordinarios que son, no puedes pretender que la gente se comporte de manera cortés en la vida cotidiana: simplemente están imitando lo que ven”.

Pero más allá de quiénes sean los causantes, y de que los programas televisivos influyan decisivamente o no en las prácticas sociales, lo cierto es que estamos inmersos, dicen los expertos, en una epidemia de preocupante individualismo que se caracteriza por su completo desinterés por los demás. Como dice Elzo, “la gente va a su bola (por utilizar los términos que ellos emplean) y le da igual quién tenga al lado”. Y, al final, el otro sólo es importante cuando nos sirve de algo. Así, asegura la psicóloga clínica y escritora Lola López Mondéjar “no vemos al otro como un semejante sino como alguien meramente funcional. El otro nos interesa en la medida en que nos es útil. En ese sentido, nos comportamos como si hubiéramos sustituido las normas éticas por las leyes mercantiles. Si vales algo, te respetan; si no, te conviertes en invisible”.

Polaino coincide en esta utilización instrumental de los demás como comportamiento en alza de de nuestra sociedad. “O se pasa de los demás o se les manipula para conseguir algo de ellos”. Y eso, que para el catedrático constituye la esencia del individualismo, da como resultado una comunidad “donde la relación entre las personas es cada día más liviana, y donde cada uno se blinda en su yo. Estamos en un mundo lleno de narcisismo, y así no hay manera de hacer sociedad.
Una situación que sufren especialmente, avisa López Mondéjar, quienes no tienen nada que ofrecer en ese juego utilitario. Es decir, aquellos que están en situación de necesidad. “Este ideal igualitario que pretende hacernos tratarnos a todos del mismo modo es algo que no se puede consentir porque el débil siempre necesita más apoyo. Esa falta de cuidado que hoy percibimos con los ancianos, las mujeres etc., es señal de que hemos perdido importantes valores sociales”. Algo que se deja sentir especialmente en contextos, como el de los negocios o el del trabajo, donde ayudar a alguien que está pasando una mala época o que ha caído en desgracia es visto como un notable signo de debilidad. “Estamos en el mercado y tenemos que ser fuertes y competitivos, porque nadie quiere un producto defectuoso. Por eso, como se nos exige que tengamos la apariencia de un producto óptimo, alejamos de nosotros la debilidad: la negamos siempre que podemos”.

Y los jóvenes son el colectivo que más ha interiorizado esta ilusión de fortaleza. Como cuenta López Mondéjar, es muy llamativo que los jóvenes no sólo traten de aparentar rudeza y que, por tanto, no se atrevan a mostrarse en situaciones en las que quedan expuestos, sino que “ni siquiera se permiten hablar entre ellos de debilidad. El que lo hace es visto como un bicho raro”.

Para Polaino, estas actitudes de los jóvenes tienen que ver con la imitación de los comportamientos que ven en su vida cotidiana, pero avisa de que no es infrecuente que estos fenómenos circulen en doble dirección y que los adultos acaben por copiar actitudes adolescentes: “también los mayores imitan a los jóvenes y tratan de seguir su mismo itinerario. Del mismo modo que cada vez vemos más cuarentañeros que tienen su movida los viernes por la noche (solteros, casados, de todo), también vemos más adultos que no toman en cuenta las normas de educación. Cuando la insolidaridad se hace carne termina por afectar a todo el mundo”. Con consecuencias en todos los estratos sociales y en todas las capas de edad, por tanto: “hoy no se atiende a las personas de la tercera edad con la misma educación con que se las trataba en buena parte del siglo XX pero tampoco los mayores saben dar a los jóvenes lo que necesitan. Cuando a un joven se le concede tiempo y se le enseña, responde muy bien. Porque los jóvenes también tienen ganas de ser generosos de apoyarse en los demás y de crecer, y es algo que esta sociedad individualista no puede bloquear”.


Una situación que sufren especialmente, avisa López Mondéjar, quienes no tienen nada que ofrecer en ese juego utilitario. Es decir, aquellos que están en situación de necesidad. “Este ideal igualitario que pretende hacernos tratarnos a todos del mismo modo es algo que no se puede consentir porque el débil siempre necesita más apoyo. Esa falta de cuidado que hoy percibimos con los ancianos, las mujeres etc., es señal de que hemos perdido importantes valores sociales”. Algo que se deja sentir especialmente en contextos, como el de los negocios o el del trabajo, donde ayudar a alguien que está pasando una mala época o que ha caído en desgracia es visto como un notable signo de debilidad. “Estamos en el mercado y tenemos que ser fuertes y competitivos, porque nadie quiere un producto defectuoso. Por eso, como se nos exige que tengamos la apariencia de un producto óptimo, alejamos de nosotros la debilidad: la negamos siempre que podemos”. Y los jóvenes son el colectivo que más ha interiorizado esta ilusión de fortaleza. Como cuenta López Mondéjar, es muy llamativo que los jóvenes no sólo traten de aparentar rudeza y que, por tanto, no se atrevan a mostrarse en situaciones en las que quedan expuestos, sino que “ni siquiera se permiten hablar entre ellos de debilidad. El que lo hace es visto como un bicho raro”. Para Polaino, estas actitudes de los jóvenes tienen que ver con la imitación de los comportamientos que ven en su vida cotidiana, pero avisa de que no es infrecuente que estos fenómenos circulen en doble dirección y que los adultos acaben por copiar actitudes adolescentes: “también los mayores imitan a los jóvenes y tratan de seguir su mismo itinerario. Del mismo modo que cada vez vemos más cuarentañeros que tienen su movida los viernes por la noche (solteros, casados, de todo), también vemos más adultos que no toman en cuenta las normas de educación. Cuando la insolidaridad se hace carne termina por afectar a todo el mundo”. Con consecuencias en todos los estratos sociales y en todas las capas de edad, por tanto: “hoy no se atiende a las personas de la tercera edad con la misma educación con que se las trataba en buena parte del siglo XX pero tampoco los mayores saben dar a los jóvenes lo que necesitan. Cuando a un joven se le concede tiempo y se le enseña, responde muy bien. Porque los jóvenes también tienen ganas de ser generosos de apoyarse en los demás y de crecer, y es algo que esta sociedad individualista no puede bloquear”.











Esteban Hernandez

Tomado de El confidencial

1 comentario:

Unknown dijo...

Gracias por la informacion muy instructivo y fasil de leer.

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