Cuadro de Goya titulado 'La letra con sangre entra' (1779).
En una generación hemos pasado del aforismo "la letra, con sangre entra", ya en desuso, al cachete o azotes en el culo, todavía practicados por muchos padres.
Pero, de hacer caso a un reputado sociólogo, pocos progenitores volverán a palmear las nalgas de sus pequeños cuando terminen de leer este artículo.
Es como los prospectos de las medicinas. Los azotes arreglan el problema a corto plazo, pero ¿tiénen efectos secundarios? ¿Es posible que, a largo plazo, traumaticen o perjudiquen el crecimiento psíquico del revoltoso niño?
Murray Straus, sociólogo de la Universidad de New Hampshire, ha presentado esta semana un estudio en la Conferencia Internacional sobre Violencia y Abusos en San Diego (EEUU).
Su investigación concluye que el castigo corporal deja una marca indelebre a largo plazo que se traduce en un cociente intelectual menor.
Straus, que tiene 83 años, lleva estudiando el tema desde 1969 y estima que el cociente intelectual puede descender hasta cinco puntos en aquellos que han recibido castigos físicos.
Y que no sólo ocurre en los niños norteamericanos, sino en los de los 32 países objeto de estudio, donde los azotes a menores están socialmente muy extendidos.
Los países con esta cultura, la población tiene un cociente intelectual medio por debajo de las naciones donde esta práctica no se practica.
Straus y su colega Mallie Paschall del Pacific Institute for Research and Evaluation, estudiaron a 1.510 niños:
806, de edades entre 2 y 4 años
704, de entre 5 y 9
Un tercio había recibido algún tipo de castigo corporal en las dos semanas previas al estudio, según sus madres.
Straus midió su IQ inicial y volvió a tomar la medida cuatro años después.
Los niños que al inicio no había sufrido azote alguno obtuvieron unos resultados significativamente mejores que los que sí:
Los 806, de edades entre 2 y 4 años, la diferencia de IQ fue de 5 puntos
Los 704, de entre 5 y 9 años, la distantica fue de 2,8 puntos
Los sociólogos tuvieron en cuenta previamente el tipo de educación familiar recibida, así como los factores medioambientales que pudieran distorsionar los datos del estudio.
La clave, según Straus, radica en el estrés que generan los azotes, lo que provoca pérdida de concentración en el estudio.
Ahora, qué fue antes, el huevo o la gallina. ¿Es la falta de concentración en el estudio lo que lleva a los padres a repartir azotes a diestro y siniestro? ¿O son los azotes los que llevan a un peor rendimiento escolar?
En una generación hemos pasado del aforismo "la letra, con sangre entra", ya en desuso, al cachete o azotes en el culo, todavía practicados por muchos padres.
Pero, de hacer caso a un reputado sociólogo, pocos progenitores volverán a palmear las nalgas de sus pequeños cuando terminen de leer este artículo.
Es como los prospectos de las medicinas. Los azotes arreglan el problema a corto plazo, pero ¿tiénen efectos secundarios? ¿Es posible que, a largo plazo, traumaticen o perjudiquen el crecimiento psíquico del revoltoso niño?
Murray Straus, sociólogo de la Universidad de New Hampshire, ha presentado esta semana un estudio en la Conferencia Internacional sobre Violencia y Abusos en San Diego (EEUU).
Su investigación concluye que el castigo corporal deja una marca indelebre a largo plazo que se traduce en un cociente intelectual menor.
Straus, que tiene 83 años, lleva estudiando el tema desde 1969 y estima que el cociente intelectual puede descender hasta cinco puntos en aquellos que han recibido castigos físicos.
Y que no sólo ocurre en los niños norteamericanos, sino en los de los 32 países objeto de estudio, donde los azotes a menores están socialmente muy extendidos.
Los países con esta cultura, la población tiene un cociente intelectual medio por debajo de las naciones donde esta práctica no se practica.
Straus y su colega Mallie Paschall del Pacific Institute for Research and Evaluation, estudiaron a 1.510 niños:
806, de edades entre 2 y 4 años
704, de entre 5 y 9
Un tercio había recibido algún tipo de castigo corporal en las dos semanas previas al estudio, según sus madres.
Straus midió su IQ inicial y volvió a tomar la medida cuatro años después.
Los niños que al inicio no había sufrido azote alguno obtuvieron unos resultados significativamente mejores que los que sí:
Los 806, de edades entre 2 y 4 años, la diferencia de IQ fue de 5 puntos
Los 704, de entre 5 y 9 años, la distantica fue de 2,8 puntos
Los sociólogos tuvieron en cuenta previamente el tipo de educación familiar recibida, así como los factores medioambientales que pudieran distorsionar los datos del estudio.
La clave, según Straus, radica en el estrés que generan los azotes, lo que provoca pérdida de concentración en el estudio.
Ahora, qué fue antes, el huevo o la gallina. ¿Es la falta de concentración en el estudio lo que lleva a los padres a repartir azotes a diestro y siniestro? ¿O son los azotes los que llevan a un peor rendimiento escolar?
tomado de: Periodista digital