Yo tuve la madre más mala del mundo. Mientras que los otros niños podían irse a la escuela sin desayunar, yo tenía que comer todo el cereal, el huevo y el pan tostado. Cuando los demás niños tomaban refrescos gaseosos y dulces para el almuerzo, yo tenía que conformarme con comer siempre comidas nutritivas.
Mi madre insistía en saber todo lo que hacíamos y donde estábamos, parecía que estábamos encarcelados; tenía que saber quiénes eran nuestros amigos. Insistía en que, si decíamos que íbamos a tardar una hora, de hecho tardáramos una hora y no dos.
Me da vergüenza admitirlo, pero hasta rompió la “Ley contra el trabajo de los niños menores”, e hizo que laváramos los trastos, hiciéramos nuestras camas, aprendiéramos nuestras tareas de la escuela y muchas cosas más; hasta creo que se quedaba despierta por la noche pensando en las cosas que podría obligarnos a hacer, tan sólo por molestarnos: “Que te laves los dientes”, “cepíllate el cabello”, “respeta a los mayores”, “obedece”...
Siempre insistía en que dijéramos la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Así, entre tanta crueldad, transcurrió mi infancia. Para cuando llegamos a la adolescencia y fue más sabia, nuestras vidas se hicieron aún más miserables. Nadie podía tocar el claxon para que saliéramos corriendo, nos avergonzaba hasta el extremo de obligar a nuestros amigos a llegar hasta la puerta de la casa para preguntar por nosotros.
Pasaron los años y resulta que todos sus hijos somos felices. Hemos sabido superar las dificultades de la vida y desarrollar magníficas relaciones tanto en la familia como en nuestros trabajos. ¿A quién debemos culpar de nuestra situación actual?
Tienen razón, a nuestra "Mala Madre".
tomado de Sapiens.ya.com